
Quiero hablaros hoy de la película que vi ayer noche, esta vez sí que muy relacionada con la esencia de este blog; la France, pues ella era, como tantos la citaron; “el alma de París”. Me estoy refiriendo a la co-producción franco-checa y británica sobre la vida de una mujer muy especial, Edith Piaf, y su título La vida en rosa, aunque su vida bien poco tuvo de color rosa, más al contrario fue un rudo camino lleno de espinas, espinas sangrantes, trágicas, dolientes. Espinas que comenzaron bien pronto a clavársele en su tierna piel de niña de los barrios bajos de París. Espinas de dolor y abandono que no se lograría arrancar a lo largo de toda su corta vida y que la marcaron muy hondamente, hasta el punto de que no pudo escapar de esos fantasmas de la infancia que la persiguieron hasta el fin de sus días. Fantasmas bañados por el alcohol, el desamor, la crudeza más ruin, fantasmas que no impidieron, por el contrario, que tuviera un corazón más grande que su débil y pequeño cuerpo, un corazón que necesitaba amar, encontrar ese amor que nunca recibió. La Niña Gorrión, muy bien interpretada, desde mi punto de vista, por la actriz Marion Cotillard, que nunca encontró el nido donde depositar los frutos del amor, ese amor de su vida, el boxeador Marcel Cerdan (Pierre Martins), trágicamente fallecido, lo cual produjo en Edith un dolor irreparable, crucial para su carrera y su vida, tras ello su frágil corazón soñador no volvería a recuperarse, pero sus energías y su anhelo por seguir cantando sí, como demostró al cantar con más fuerza que nunca el poema, convertido en canción, que resume toda su vida; Non, je ne regrette rien:
No, no me arrepiento de nada,
Ni el bien que me han hecho, ni el mal
Todo eso me da lo mismo,
No, nada de nada,
No me arrepiento de nada,
Está pagado, barrido, olvidado
Me da lo mismo el pasado.
Con mis recuerdos
Yo prendí el fuego
Mis tristezas, mis placeres
Ya no tengo necesidad de ellos
Barridos mis amores
Con sus trémolos
Barridos para siempre
Vuelvo a partir de cero.
No, nada de nada
No, no me arrepiento de nada
Ni el bien que me han hecho, ni el mal
Todo eso me da lo mismo
No, nada de nada
No, no me arrepiento de nada
Pues mi vida
Mis alegrías
Hoy
Comienzan contigo…
La escasa luminosidad de la mayor parte de las escenas del largometraje la considero muy adecuada para una vida como la del gorrión de París. Su vida no tuvo precisamente colores pasteles, ella misma pedía, cuando estaba enferma, que no descorriesen las cortinas, para impedir que la luz del sol, la luz del día entrara en su habitación. Era un gorrión nocturno y en la oscuridad murió, en la cama de un chalet ubicado en una tierra llena de color y luz, la Provenza, paradojas de la vida. Se apagó su corazón, entre las sombras que la persiguieron toda su vida, pero la luz de su voz quedará por siempre viva.
No, no me arrepiento de nada,
Ni el bien que me han hecho, ni el mal
Todo eso me da lo mismo,
No, nada de nada,
No me arrepiento de nada,
Está pagado, barrido, olvidado
Me da lo mismo el pasado.
Con mis recuerdos
Yo prendí el fuego
Mis tristezas, mis placeres
Ya no tengo necesidad de ellos
Barridos mis amores
Con sus trémolos
Barridos para siempre
Vuelvo a partir de cero.
No, nada de nada
No, no me arrepiento de nada
Ni el bien que me han hecho, ni el mal
Todo eso me da lo mismo
No, nada de nada
No, no me arrepiento de nada
Pues mi vida
Mis alegrías
Hoy
Comienzan contigo…
La escasa luminosidad de la mayor parte de las escenas del largometraje la considero muy adecuada para una vida como la del gorrión de París. Su vida no tuvo precisamente colores pasteles, ella misma pedía, cuando estaba enferma, que no descorriesen las cortinas, para impedir que la luz del sol, la luz del día entrara en su habitación. Era un gorrión nocturno y en la oscuridad murió, en la cama de un chalet ubicado en una tierra llena de color y luz, la Provenza, paradojas de la vida. Se apagó su corazón, entre las sombras que la persiguieron toda su vida, pero la luz de su voz quedará por siempre viva.

