sábado, 13 de diciembre de 2008

LA VIDA EN ROSA


Quiero hablaros hoy de la película que vi ayer noche, esta vez sí que muy relacionada con la esencia de este blog; la France, pues ella era, como tantos la citaron; “el alma de París”. Me estoy refiriendo a la co-producción franco-checa y británica sobre la vida de una mujer muy especial, Edith Piaf, y su título La vida en rosa, aunque su vida bien poco tuvo de color rosa, más al contrario fue un rudo camino lleno de espinas, espinas sangrantes, trágicas, dolientes. Espinas que comenzaron bien pronto a clavársele en su tierna piel de niña de los barrios bajos de París. Espinas de dolor y abandono que no se lograría arrancar a lo largo de toda su corta vida y que la marcaron muy hondamente, hasta el punto de que no pudo escapar de esos fantasmas de la infancia que la persiguieron hasta el fin de sus días. Fantasmas bañados por el alcohol, el desamor, la crudeza más ruin, fantasmas que no impidieron, por el contrario, que tuviera un corazón más grande que su débil y pequeño cuerpo, un corazón que necesitaba amar, encontrar ese amor que nunca recibió. La Niña Gorrión, muy bien interpretada, desde mi punto de vista, por la actriz Marion Cotillard, que nunca encontró el nido donde depositar los frutos del amor, ese amor de su vida, el boxeador Marcel Cerdan (Pierre Martins), trágicamente fallecido, lo cual produjo en Edith un dolor irreparable, crucial para su carrera y su vida, tras ello su frágil corazón soñador no volvería a recuperarse, pero sus energías y su anhelo por seguir cantando sí, como demostró al cantar con más fuerza que nunca el poema, convertido en canción, que resume toda su vida; Non, je ne regrette rien:

No, no me arrepiento de nada,
Ni el bien que me han hecho, ni el mal
Todo eso me da lo mismo,
No, nada de nada,
No me arrepiento de nada,
Está pagado, barrido, olvidado
Me da lo mismo el pasado.

Con mis recuerdos
Yo prendí el fuego
Mis tristezas, mis placeres
Ya no tengo necesidad de ellos
Barridos mis amores
Con sus trémolos
Barridos para siempre
Vuelvo a partir de cero.

No, nada de nada
No, no me arrepiento de nada
Ni el bien que me han hecho, ni el mal
Todo eso me da lo mismo
No, nada de nada
No, no me arrepiento de nada
Pues mi vida
Mis alegrías
Hoy
Comienzan contigo…

La escasa luminosidad de la mayor parte de las escenas del largometraje la considero muy adecuada para una vida como la del gorrión de París. Su vida no tuvo precisamente colores pasteles, ella misma pedía, cuando estaba enferma, que no descorriesen las cortinas, para impedir que la luz del sol, la luz del día entrara en su habitación. Era un gorrión nocturno y en la oscuridad murió, en la cama de un chalet ubicado en una tierra llena de color y luz, la Provenza, paradojas de la vida. Se apagó su corazón, entre las sombras que la persiguieron toda su vida, pero la luz de su voz quedará por siempre viva.


domingo, 7 de diciembre de 2008

LA HISTORIA DEL CAMELLO QUE LLORA




La historia del camello que llora

No quiero escribir ahora de viajes, en el sentido literal de la palabra, no voy a escribir tampoco sobre rutas por Francia ni tan siquiera de una película francesa. Se me apetece escribir en estos momentos sobre una película de producción alemana, realizada por un grupo de estudiantes de la Escuela de Cine de Munich, filmada en el desierto de Gobi (Mongolia), con escasos medios pero mucha ilusión, me estoy refiriendo a una película encantadora, cuyo título es, para los que no hayan tenido aún la suerte de verla; La historia del camello que llora. Una película documental sencillamente hermosa. Sencilla sí, porque no pretende satisfacer el ego de grandes actores. Los protagonistas de la película, desde el lado humano, son los miembros de una familia, compuesta por cuatro generaciones, de nómadas móngoles. Y desde el lado animal una camella y su cría. Y no se necesita nada más para contar y mostrar una hermosa historia, una historia tan natural como la vida cotidiana de esta familia de nómadas y de los animales, camellos y ovejas, con los que conviven y sobreviven. Una historia que es un bellísimo canto de amor a la naturaleza, un canto al respeto por lo que nos rodea y a la responsabilidad por cuidar y amar lo que legaremos a los que nos precedan.
Resulta también un fascinante paseo, de manos de los productores de la película, por la cultura, las costumbres, los ritos de estos nómadas móngoles. Como es el caso del ritual que viene a ser la piedra angular de la historia; el ritual de la música, pero sobre esto no contaré nada más por si aún no habéis visto la peli. Lamentablemente, hasta donde me he podido informar, muchas de las cosas que vemos en esta película están a punto de desaparecer a manos del capitalismo embaucador, que los engaña privándoles de su inocente libertad allá en el desierto, para empujarlos hacia inframundos urbanos donde terminan siendo esclavos de ese capitalismo seudo-floreciente.
Por ello esta película es también, de alguna forma, un viaje en el tiempo y el espacio, un exótico viaje a la belleza inmaculada de esos severos paisajes del Desierto de Gobi, un sugerente viaje por una cultura tan lejana a la nuestra, un exótico viaje hacia una forma de vida en serio peligro de extinción, a ello se apunta también en una de las últimas escenas de la película, cuando aparecen los niños frente a un televisor, su mundo está cambiando por las imágenes de cristal, como dice el abuelo. En definitiva; un viaje de descubrimiento, de aprendizaje, de reflexión, absolutamente encantador.

sábado, 6 de diciembre de 2008

DE RUTA POR EL SUR DE FRANCIA


Martes 26 de agosto de 2008

Aix-en-Provence, Saint Remy de Provence

Este fue el día en el que comenzamos nuestro paseo por la deliciosa Provenza. Y el primer destino elegido para ello no pudo ser mejor; su capital histórica, Aix-en-Provence, la ciudad que vio nacer a Cézanne y que dio y da cobijo a tantos otros artistas prendados de su luz, de su alegría de vivir, de su aroma. una ciudad repleta de bellísimas plazas, de rincones encantadores, de calles para disfrutar, contemplar, degustar…, pasear plácidamente. Rincones por los que parece que el tiempo no hubiera pasado, calles llenas de animación, de colorido; Rue des Cordeliers, Rue Granet, Rue des Tanneurs, Rue Espariat, la bellísima Rue de Italie, con sus tiendas y comercios llenos de sabor italiano, y tantas otras calles más del viejo Aix. Plazas sencillamente seductoras; Place de Verdun, Place des Prêcheurs, Place Mairie y la apacible placita de Bon Pasteur, justo enfrente de la Catedral tras dejar atrás la Rue Jean de Laroque, calle está donde se encuentra el Instituto de Francés para extranjeros.
Es Aix, al menos a nosotros así nos lo pareció, una ciudad con un marcado sabor italiano, de pronto da la impresión de que te hubieras trasladado de país sin apenas percatarte de ello. El color de sus fachadas, de tonos pasteles, mucho más alegres que los que habíamos tenido la oportunidad de ver en las anteriores ciudades galas, incluso sus ventanas, al más puro estilo veneciano, toscano. Su gente, su aroma, huele a pizza y pasta por todas partes. Pero fundamentalmente es una ciudad mediterránea, con una rica y animada vida universitaria, una ciudad que nos encantó.

139 kilómetros separan Sommieres de Aix. Al llegar aparcamos el coche en un lugar inmejorable; muy cerca de la Avenue des Belges, a dos pasos de La Rotonde, donde se encuentra una preciosa fuente al más puro estilo francés y la escultura de Paul Cézanne, a otros dos pasos de la gran Oficina de Turismo de Aix, y muy cerca del Cours Mirabeau, Boulevard neurálgico de Aix, que divide a la ciudad en sus dos mitades más notables; a la izquierda la Vieja Aix y a la derecha el Barrio Mazarin, donde se encuentra la Ruta de Cézanne. El Cours Mirabeau es un bellísimo y animado boulevard, a la sombra de los plátanos, lleno de terrazas, tiendas y puestos de venta ambulante. Antes de comenzar a movernos por Aix entramos en un local de conexión a Internet y teléfono, que lo encontramos justo enfrente de donde habíamos aparcado, desde donde llamamos a nuestro amigo Juan Ramón para felicitarle por su cumpleaños. Y de allí nos dirigimos a la Oficina de Turismo, donde nos atendieron en español, y nuestro hijo, como siempre, se dedicó a coger todos los folletos que fue encontrándose por su camino. A la salida nos dimos de cara con el ya citado Cours Mirabeau, con la bella fuente de la que ya os hablé más arriba, que quedaba en ese momento a nuestra izquierda, e inmediatamente dedujimos que aquel lugar nos iba a gustar. También frente a nosotros, a nuestra derecha, estaba la entrada al barrio Mazarin, la Avenue Victor Hugo, con sus elegantes casas, y delante de los ojos de nuestro hijo había un bello tío vivo en el cual, lógicamente, se dio su paseíto. Y a continuación nos unimos a la marea de peatones que deambulaba por el Cours Mirabeau, hasta llegar a la Rue Nazareth, por donde nos adentramos a conocer el viejo Aix, desde aquí, tras tomar por la Rue Espariat llegamos a la Place de Verdun, si bien antes hicimos una parada en un local de venta de pizzas en porciones, por aquello de saciar el apetito, pero además el olor que procedía del local invitaba a entrar. En la Place Verdun comienza un delicioso conjunto de plazas y placitas prácticamente unidas unas a otras, aquí encontramos también un agradable mercado donde se vende un poco de todo, desde la Place de Verdun hasta llegar a la Place des Prêcheurs ya no tienes perdida, es dejarse llevar por los puestos del mercado ambulante, por el olor de la lavanda, por los bellos monumentos que las circundan; el Palais de Justice a la izquierda y la Eglise de la Madeleine a la derecha. Si bien llegamos cuando el mercado estaba recogiéndose todavía nos dio tiempo de comprar jabón de lavanda y algún que otro recuerdo. Ahora mismo no recuerdo cuáles.
Cuando llegamos a la verja que da paso a la Eglise de la Madeleine unos operarios, con largas y potentes mangueras, se afanaban ya en limpiar los restos de suciedad dejados por los mercaderes. Tras de ello nuestros pasos nos llevaron hacia la Rue Mignet, Rue Boulegon, Rue Paul Bert hasta llegar a la Place de Mairie, o Plaza del Ayuntamiento o del Municipio, preciosa plaza esta, otra más. En uno de sus comercios adquirimos otros tantos recuerdos. Aquí se puede admirar el Hôtel de Ville, interesante edificio de estilo barroco, pero también una agraciada fuente engalanando el centro de la plaza, sugerentes tiendas de productos típicos de la Provenza, agradables terrazas.
A continuación subimos por la Rue de Jean de Laroque, que va a desembocar a la placita donde se encuentra la Catedral. Por esta calle también se suceden, unos tras otros, tiendas, pastelerías, restaurantes, entre portadas de casas muy agradables a la vista. Al final de la misma se encuentra el Instituto de Francés para extranjeros, un bonito edificio que viene a ser un ejemplo más de la animada vida de esta ciudad; los numerosos extranjeros que hasta aquí llegan para aprender francés. A un paso la Catedral de Saint Sauveur, que toma el nombre del barrio sobre el que se asienta, el más antiguo del viejo Aix, emplazado sobre un antiguo castrum romano. La catedral de Aix no se levantó en cuestión de pocos años, más bien todo lo contrario, comenzó a edificarse en el siglo V y no concluiría por completo hasta el siglo XVI, de ahí la variedad de estilos que presenta; románico, gótico y barroco. Pero este hecho más que deslucirla, tanto en su interior como exterior, le da un atractivo muy interesante, pues, por otra parte, cada uno de los estilos que exhibe resultan bellos y armoniosos en su conjunto. En el interior de la misma gozamos, durante varios minutos, con la belleza espontánea que nos regalaron, a todos los que allí nos encontrábamos, dos jóvenes que tocaban música, uno de ellos en el impresionante órgano de la catedral y su amigo, de rasgos orientales, que le acompañaba en unos temas con flauta y en otros con violín. La experiencia resultó de lo más deliciosa. Fue el broche de oro a nuestro paseo por Aix, la ciudad que nos había brindado los momentos más encantadores desde nuestra llegada al sur de Francia.